Rechazo al migrante: la "nueva normalidad" de siempre
El pasado 18 de diciembre se celebró el Día Internacional del Migrante, con el objetivo de defender y promover los derechos de las personas que incurren en dinámicas de desplazamiento. Sin embargo, a pesar de la persistencia y aumento del fenómeno, la migración sigue siendo una esfera controvertida en lo que respecta a la opinión pública. Las personas que optan o quedan obligadas a esta estrategia de vida continúan siendo víctimas de la discriminación.
La semana pasada comunicaban la noticia: una de las personas inmigrantes recién llegadas a Canarias había sido hallada sin vida en uno de los hoteles donde habían sido alojadas por el Ministerio de Migraciones. Aún se investigan las causas del fallecimiento, pero, lógicamente, el suceso hizo saltar la alarma. La situación ya resultaba preocupante; la Cruz Roja instó a los 6.000 migrantes alojados a no salir a la calle por el riesgo existente para ellos tras las protestas xenófobas en Gran Canaria. Lo que es evidente es que, para las personas desplazadas, muchas de las sociedades de los países de acogida suponen un riesgo para sus vidas y sus derechos. ¿Por qué se da esta situación?
Sobredimensión del fenómeno. En 2019, la cifra de migrantes internacionales en el mundo alcanzó los 272 millones de personas aproximadamente. Dicha cifra puede parecer grande, pero si se pone en relación con el total de la población mundial, la proporción es mucho más reducida de lo que cabría esperar: el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de Naciones Unidas, estimó que los migrantes internacionales suponen tan solo un 3,5% del total de población. Desde el mal llamado Norte global, se proyecta una imagen de “problema migratorio”, cuando en realidad no es así. Ello se suma a que la mayoría de personas desplazadas forzosamente lo hacen de forma interna o se quedan en los países más próximos al suyo, por lo que el fenómeno más común es Sur-Sur (según CEAR, solo un 1% de los refugiados alcanza países de destino “terciarios”; el 80% de los refugiados viven en países de renta baja o media próximos a sus lugares de origen). Y durante la pandemia, las cifras han sido todavía menores.
Securitización. Actualmente, vivimos en la era de la inmovilidad involuntaria. La creciente securitización de las fronteras y la enorme proliferación de políticas restrictivas en los países enriquecidos ha provocado que muchas personas no puedan acceder a los países de destino o que directamente ni lo intenten, debido a las pocas posibilidades de éxito y al riesgo que entrañan las rutas alternativas. A pesar de los riesgos, la consecuencia no deseada del excesivo control es el incremento de la migración irregular y de los beneficios de la industria de la migración (traficantes, pasadores, etc.). Las restricciones motivadas por el virus han sido la gota que colma el vaso.
Estigmatización. Siguiendo el discurso, la estrategia más sencilla es la de culpar al migrante de todos los males de las sociedades de Europa y Norteamérica. Durante la pandemia, se ha llegado a acusar a los migrantes de portar la Covid-19 y traerla a España. Cuando la coyuntura es compleja y las familias encuentran dificultades, responsabilizar al migrante se convierte en un arma arrojadiza; la emplean comúnmente grupos xenófobos y racistas que, con sus discursos, aíslan aún más y dificultan la integración de las personas recién llegadas. Desde que llega, se hace consciente a la persona migrante de que va a ser “una carga”, que no es bien recibida y que su integración será un proceso, si no imposible, extremadamente difícil.
Sistemas de refugio, asilo e integración paupérrimos. La falta de solidaridad es la tónica dominante de los desplazamientos humanos en la actualidad. En el caso de la UE, salvo alguna excepción, el reparto de responsabilidades y de la gestión de la llegada de personas nunca ha sido una opción; todo el peso recae en los países del Mediterráneo. El empleo de terceros países como lugares seguros y el hacinamiento en campos de refugiados se han convertido en el pan nuestro de cada día. Asimismo, la población refugiada es aún más vulnerable por la pandemia, debido a la escasez de recursos, la paralización de la actividad económica, la pobre atención sanitaria y el todavía más difícil acceso a bienes de primera necesidad.
Trabas para la cooperación internacional. Tras la firma del Pacto Global para la Migración, parecía abrirse un panorama prometedor en lo que a desplazamiento humano respecta. Sin embargo, el Pacto no es vinculante y, tras la pandemia, es evidente que la migración no figurará entre las prioridades de la comunidad internacional. Por ello, será difícil llegar a respuestas comunes y políticas globales en el corto plazo. Además, resulta complejo cooperar cuando, por un lado, la mayoría de los países no se encuentran dispuestos a contraer obligaciones y, por el otro, cada vez son más los países que muestran un claro rechazo al “otro” y han manifestado su negativa a facilitar la entrada de migrantes en sus territorios y regiones. La migración requiere de respuestas integrales y compartidas.
El mundo se ha globalizado y, con él, las migraciones. Las personas se desplazan desde hace siglos, y los avances del mundo contemporáneo hacen que moverse ahora resulte más sencillo que nunca. Negarse a admitir esta realidad supone enfrentarse al progreso. Además, el mundo actual es también más convulso, habiendo aumentado así el número y la gravedad de los conflictos, por lo que cada vez más personas necesitan del amparo y la solidaridad de otros países en los que poder rehacer sus vidas y ver protegidos sus derechos.
La Covid-19 ha acentuado las vulnerabilidades y paupérrimas condiciones a las que se enfrentan migrantes y refugiados, y los estados y las ONGs han redirigido su atención y fondos a otros escenarios. El Pacto Global para la Migración establece una serie de principios y buenas prácticas para una migración segura, ordenada y respetuosa con los Derechos Humanos. Ahora más que nunca, si no se protegen los derechos de las personas migrantes, será difícil poner fin al círculo vicioso de precariedad y vulnerabilidad en el que se encuentran estas personas. Las pandemias actuales (virus del hambre, de la xenofobia, de la pobreza, etc.), agravadas por la Covid-19, deberían servir para poner de relieve la importancia que tiene la red de ayuda humanitaria y ONGs en el establecimiento e integración de las personas migrantes y la importancia de este último colectivo de personas en el funcionamiento estable de nuestras sociedades.
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