¿Cómo aprovechar las ventajas de tener que evaluar?
Los procesos evaluativos son, per se, beneficiosos y deberían ser prácticas habituales dentro de las ONGs. Igual que se realizan identificaciones, se diseñan y ejecutan los proyectos, éstos han de ser evaluados.
Autoras: Paula Sánchez Carretero y Ana Álvaro Moreno
Socias de la Cooperativa de Iniciativa Social Transformando
Sin embargo, la realidad es que la evaluación no ha sido tradicionalmente una práctica habitual en las organizaciones. Podríamos encontrar muchas razones que han podido influir en ello, entre otras, la falta de tiempo para la reflexión; la priorización que se ha dado a la cantidad frente a la calidad; la escasa cultura de autocrítica y transparencia y la percepción de la evaluación como una fase “de lujo” dentro del ciclo del proyecto (es decir, que en situaciones de crisis como en la que actualmente nos encontramos, se tienda a prestar menos atención a esta fase frente a otras).
Sin entrar a analizar en profundidad estas razones, nos centramos en el hecho de que, en el campo de las intervenciones sociales, de cooperación al desarrollo y de codesarrollo, cada vez son más las entidades financiadoras que exigen realizar evaluaciones externas o que las valoran muy positivamente. Sin embargo, esta imposición puede generar un efecto contrario al deseado. Puede ocurrir que se perciba la evaluación como un mero trámite, ajena a la organización y al proyecto. Estos planteamientos, junto con la eterna saturación y concentración de trabajo que sufre el personal de las ONGs, pueden tener consecuencias no deseadas en los procesos evaluativos. Es posible, por ejemplo, que si se considera la evaluación como una “obligación administrativa más”, no se tenga en cuenta desde el comienzo de la ejecución y mucho menos, en el planteamiento del proyecto. Entonces, la evaluación se vuelve invisible y reaparece como un fantasma en los momentos de mayor concentración de trabajo para el equipo técnico del proyecto. Éste recuerda que había planteado una evaluación en el presupuesto y que “hay” que hacerla. Así empieza una carrera que tiene como objetivo principal salvar el “obstáculo”, porque el tiempo juega en contra y se tiene que entregar el informe de evaluación. Al final, el informe de evaluación pasa por la organización y por el proyecto sin la utilidad que podría haber tenido.
Pero, ¿puede la evaluación servir de mejora para las intervenciones y ser una herramienta de aprendizaje en las organizaciones?
Hay tres responsables para conseguirlo: la entidad financiadora, el equipo evaluador y las ONGs.
La entidad financiadora podría permitir unos márgenes presupuestarios adecuados a lo que se exige. En algunos casos, se podría evitar encorsetar tanto las evaluaciones y entender que cada intervención tiene que estar acompañada por un proceso evaluativo adaptado a ella. Resultaría muy positivo que las instituciones orientaran más en los procesos sin que esto suponga imponer una manera de evaluar.
El equipo evaluador podría mantener actitudes más cercanas y comunicativas, fomentando la participación y el aprendizaje durante los procesos evaluativos. La motivación y la confianza son dos aspectos sobre los que se debe prestar atención, ya que en muchas ocasiones no existen experiencias anteriores entre la parte contratante y la parte contratada y además, el “noviazgo” es de corta duración. Los y las evaluadoras no deberíamos caer en la tentación de plantear evaluaciones estándar, y sí lo más adaptadas a las necesidades de la organización y de la intervención.
Desde el punto de vista de la organización, sería conveniente tener en cuenta la evaluación desde la fase de diseño, asegurarse de que los indicadores del proyecto son adecuados para la medición de los resultados, ya que serán los que se utilicen para valorar lo conseguido. Además, sería interesante incluir una línea de base para conocer el punto de partida en el que se encuentra el contexto antes de la intervención, para luego poder compararlo con los resultados de la evaluación. Por otro lado, igual que le dedicamos recursos temporales y humanos a plantear el resto de apartados del formulario, también tenemos que dedicárselos a reflexionar sobre cómo queremos que se realice la evaluación. Podemos dar respuesta a cuándo tiene que dar comienzo, por qué y para qué vamos a evaluar, qué vamos a evaluar, quiénes serán las personas o documentos que nos aporten la información, qué herramientas utilizaremos para recoger los datos y cómo pensamos aplicar las recomendaciones. Si se hace esto, se otorgará a la evaluación la importancia que se merece.
En ocasiones, la organización no cuenta con los conocimientos evaluativos necesarios para poder plantear unos términos de referencia adecuados para la evaluación, que se adapten a la intervención y al presupuesto estimado. Por esto, es conveniente hacer acciones formativas en el seno de las entidades o tener personas expertas en evaluación en la organización o fuera de ella, que puedan utilizarse como referente.
Un último aspecto en el que nos gustaría centrar la atención como vía para que se aproveche el potencial de las evaluaciones, aunque éstas sean obligatorias, es el hecho de que los procesos evaluativos deberían dar comienzo con la intervención. La ONG y el equipo evaluador deberían coordinarse desde el inicio del proyecto, al margen de cuándo se tengan que entregar los informes de evaluación. En primer lugar, se puede aprovechar la primera etapa de la intervención en la que la ONG trabaja sobre la gestión interna del proyecto, determina las responsabilidades y la organización interna y se define el plan operativo, para también plantear el diseño evaluativo. Esto ofrece varias ventajas de cara a los buenos resultados que se pueden obtener con una evaluación.
Por un lado, si durante la fase de diagnóstico no hemos podido levantar una línea de base, podría incorporarse en las primeras etapas de la evaluación y así, a posteriori, el equipo evaluador podría tener la posibilidad de realizar una comparativa con respecto al punto de partida. No olvidemos que la evaluación es siempre más enriquecedora si nos permite comparar los resultados con respecto al comienzo de la intervención y, por lo tanto, si los datos no existen, tenemos que obtenerlos. En segundo lugar, la evaluación en paralelo a la intervención permite que se vaya recogiendo información durante todo el proceso de ejecución y que no se pierdan datos que posteriormente resultarían muy complicados de obtener. En tercer lugar, un proceso evaluativo continuo favorece un adecuado seguimiento de la intervención, de tal manera que en determinados momentos ambas prácticas sean simultáneas y se nutran la una a la otra. Por último, una evaluación en paralelo con la intervención facilita el aprendizaje por ambas partes (la ONG de lo que es una evaluación y el equipo evaluador de la intervención y de la ONG), la retroalimentación y favorece la fiabilidad que se otorgue a las conclusiones y recomendaciones.
En definitiva, podemos aprovechar la obligatoriedad de evaluar, pero para eso tenemos que poner en práctica acciones desde los tres agentes clave que participan en los procesos evaluativos: las entidades financiadoras, las ONGs y los equipos evaluadores.
Aunque ya casi ha desaparecido del mundo de las evaluaciones la percepción de la persona consultora alejada del contexto, todavía queda un largo camino para que todos los agentes (entidad financiadora, ONG y equipo evaluador) se consideren mutuamente colaboradores y no financiadores, clientes o proveedores.
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